8/18/2012

Notas sueltas para la charla con Yuri Herrera

Presentación del libro Los ojos de Lía

Ojalá no todos, ojalá nunca nadie tuviera que lidiar con un asunto de estos en su vida. Ojalá nunca un trabajador infantil se topara con un niño consciente de que se vida peligra, amenazado a punta de cañón para que sus padres pagaran dinero, trabajaran en tal o cual enmienda, causa, daño, perjuicio, labor.

Ojalá los niños no se vieran obligados a crecer en un mundo lleno de armas, un mundo donde  la vida se compra y se vende como un servicio o un producto. Los juglares de la antigüedad contaban lo que llevaban preparado y, a la vez, iban re haciendo sus relatos con lo que pasaba, con lo que veían y sentían al momento de contar, al momento de hacer su actuación.
Si bien leeré algo de "Los ojos de Lía", quiero contar muy brevemente varias anécdotas.

Feria del libro hace dos años
Ella se llama Sandra, tiene ocho años y no sale de la casa del cuento, contamos todo el día historias diversas y ella se queda con nosotros. Poco a poco, del asombro y la búsqueda pasa adelante, pide le leamos un libro. Elije alguno, nos lo da en la mano, primero a uno, luego a otro y escucha atenta. Pero, ¿sabes leer? No. ¿Vas a la escuela? No. ¿Por qué? Entonces la crónica horrenda, la historia de un desplazado por la violencia, por la guerra. Salir de la ciudad, huir para conservar la vida. Y luego, luego nada, luego su mamá contándonos que a Sandra -como a Lía- de pronto en su vida de niña se le apareció un muerto y ese día la niña no quiso leer más. Eso no pasó lejos, fue aquí y no dudo que –lamentablemente-siga pasando.

Jardín de niños
Un niño me amenaza con la palma de la mano. ALTO AHÍ VILLANO, y luego corre haciendo sonidos extraños y fingiendo disparos. Es un preescolar. Detengo al niño, ¿sabes qué es un villano? No. ¿Entonces porqué lo dices? No sé. Y entonces corre gritando ME LAS PAGARÁS.

Provincia del norte de México 
Los chicos sorprendidos por nuestra visita hablaban, jugaban. Unos son narcos y los otros militares, unos federales y otros policías. Me acerco y me presumen. Yo de grande voy a ser narco, porque tienen mucho dinero y armas y coches. Ah pues yo voy a ser federal, dice otro. Y éste, señala a su compañero callado y tranquilo, va a ser militar, ¿verdad tú? Sin decir palabra el niño asiente con una sonrisa.
No tienen diez años y ya sido testigos de cómo han robado en su escuela las computadoras, sillas, mesas, baños, incluso han roto paredes para llevarse los ladrillos.

Las armas sólo tienen una función y, lamentablemente, cada día se hacen más. En cambio cuánto de cariño, de amor, de visiones más humanas se habla a diario, me atrevo a creer que cuando encerraron al amor en un ámbito de pareja lo condenaron a no ser social, a dejar su labor unificadora de grupos y comunidades.

Ahora mismo si yo hablara del amor, de la importancia del cariño en la vida cotidiana, de cosas amables y lindas seguro sería tachado de cursi, de soso o bobo. Llevamos muchos años creando lenguajes para la muerte y la violencia, para el horror y la destrucción, pero ¿para el amor al otro, para el cariño, para los mimos?

Los niños crecen mirando modelos de conducta en televisión. A menudo lejos de sus padres, a menudo muy solos. Antes de ir a la escuela, antes de tener un acercamiento con los libros, los niños tienen ya muchas horas de televisión. Los humanos somos los únicos animales que creemos, así que si películas y programas de televisión lo que nos regalan es violencia y destrucción, es eso lo que se pone en juego en nuestra vida social.




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